domingo, 9 de diciembre de 2012

¿Liberado?


Les confieso que, en una primera lectura, muy poco reflexiva la verdad, me ofendí. Me ofendí y reaccioné de forma inapropiada. Yo también había caído en la trampa.

El caso es que Juan Torres López, catedrático de Economía de la Universidad de Sevilla, escribía un artículo, al hilo del este otro de Ana Tudela periodista del diario Público, en los que ambos caían en la trampa que, hace ya tiempo, les tendió Esperanza Aguirre.

La por entonces presidenta de la Comunidad de Madrid anunció una especie de cruzada contra los liberados sindicales que, según su interpretación, no son más que una lacra para las empresas, para su competitividad y para la economía en general.

En primer lugar quizás convenga aclarar un poco el concepto: Nos referimos a "liberados sindicales" a aquellas personas a las que, a pesar de no trabajar en sus empresas, éstas les siguen abonando la nómina. No, no se crean que la empresa les regala nada, esto se produce porque el resto de sus compañeros renuncian a las horas de liberación sindical que por convenio les pueden corresponder y las ceden a una sola persona, de forma que ésta puede dedicarse a la representación sindical a tiempo completo. Insisto, la empresa no regala nada.

Ya en su momento lo comenté por aquí: los liberados sindicales tienen una función importante en el justo equilibrio para el ámbito social de la Sostenibilidad de las empresas. Su labor es la de defender los derechos de los trabajadores y frenar los posibles abusos. En realidad, son como los sistemas de seguridad de una industria, son caros de instalar y costosos de mantener, en la mayor parte de las empresas de AVEQ-KIMIKA nunca serán necesarios, pero deben estar ahí.

Obviamente, como en todo colectivo humano, hay abusos y caraduras. Conozco un buen montón de liberados sindicales y la mayoría de ellos son personas responsables y trabajadoras que trajinan muchas horas, haciendo muchos kilómetros de carretera a horas intempestivas, visitando fábricas, negociando convenios y asesorando trabajadores, haciendo horarios que van mucho más allá de las 8 horas al día.

Conozco también unos cuantos liberados sindicales que abusan. Pero no muchos más que periodistas caraduras, catedráticos de universidad caraduras... o abogados caraduras.

Digo que Ana Tudela y Juan Torres López, dos avezados columnistas en medios de la izquierda, en lugar de dar esta sencilla explicación (o una parecida), cayeron en la trampa neoliberal de Esperanza Aguirre, y digo que picaron el anzuelo porque, en lugar de responder con dignidad, cayeron de cabeza en el "y tú más", como si decir que las patronales tienen "35.000 liberados" fuera una especie de contrapunto a las diatribas de la ex-presidenta.

Quizás tuvo algo que ver, aunque no he leído suficiente a ninguno de los dos como para afirmar o negar tal cosa, que la izquierda guay y moderna también desprecia a los sindicatos...  en fin, no lo sé... el caso es que me ofendí. Y puede ser que me ofendiera sin motivo pues la palabra "liberado" no puedo considerarla un insulto.

O, bueno, quizás sí algún motivo sí que tenía... porque cuando se lee el párrafo completo del Señor Torres López, hay poco margen para equívocos:

"(La patronal española) Ha estado y está dominada por personas cuya trayectoria no ha sido precisamente la que podría servir a la sociedad como referencia de la excelencia, el riesgo y el buen hacer productivo de un empresario ejemplar. Y no me refiero solo a sus presidentes sino a los más de 35.000 liberados (por cierto, casi 8,5 veces más de los que tienen los sindicatos) que mantienen las diferentes organizaciones patronales."

Pues sí, yo trabajo en una pequeña organización que forma parte de CEBEK, de FEIQUE, de Confebask y de la CEOE. Sí, soy uno de esos "35.000 liberados", aunque no sé muy bien "liberado" de qué.

Dedico mi día a día, por ejemplo, a explicar a un empresario (uno de tantos...) que fabrica jabones y detergentes para hostelería de Ugao-Miravalles (Bizkaia), que tiene 4 personas contratadas, y que se pasa todo el día visitando clientes, vendiendo, qué tiene que hacer para cumplir un Reglamento Europeo de 1.200 páginas (uno de tantos...), que dice cómo tiene que ser el etiquetado de seguridad de sus productos.

Si los "liberados sindicales" pueden equipararse a las inversiones no-productivas en seguridad, en mi caso, en nuestro caso, en el de la inmensa mayoría de esas 35.000 personas, somos inversiones productivas, muy productivas. Ese empresario de Ugao-Miravalles, ese que gestiona su pequeña empresa con esfuerzo, "excelencia, riesgo y buen hacer productivo" no puede permitirse contratar 2 abogados y 2 técnicos que le asesoren sobre seguridad y medio ambiente, pero puede aliarse con 124 empresas y empresarios (sí, también cooperativas o sociedades laborales...) para compartirlos... y eso, se pongan ustedes como se pongan, es una asociación empresarial.

Aunque quizás lo que más me molesta de esta corriente de opinión es cuando se insinúa que los comités de dirección de nuestras organizaciones son "poltronas". Es en esas "poltronas" donde los empresarios  colaboran con AVEQ-KIMIKA. Empresarios que sacan tiempo de debajo de las piedras (en realidad, de robárselo a sus familias) para echar una mano. No cobran ni un duro, por supuesto, es más, asistir a las reuniones les cuesta dinero, y todavía tienen que oír por ahí comentarios tan poco documentados.

En fin... creo que ya estoy mejor. Este desahogo del blog es muy buena terapia. 

Aunque ese desahogo no me servirá de nada mañana, cuando suene el despertador a las 6:15 y no vea a mi hija en todo el día. Me marcharé de casa antes de que se despierte y regresaré cuando ya esté dormida, algo que me enfada y me avergüenza pero que a veces me sucede. He quedado con un empresario a las 8:00, para hablar de su almacén de productos químicos y tengo una reunión con el Colegio de Químicos a última hora de la tarde.

Cuando entre en cuarto de mi hija de puntillas, con los zapatos en la mano y con la corbata todavía a medio desatar, me acordaré del artículo del Sr. Torres López y, al darle un beso en la frente, pensaré:

- "¿Liberado?... ¡jo, que bien vivo liberado!"


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domingo, 2 de diciembre de 2012

Oh, Señor, tu mar tan grande y mi barco tan pequeño...



Aunque yo no he sido capaz de identificarla en ninguna foto, se cuenta que el almirante Hyman G. Rickover regaló al presidente John F- Kennedy una placa de bronce con esa oración, "Oh God thy sea is so great and my boat is so small", que Kennedy colocó sobre su escritorio en el Despacho Oval, idéntica a la que entregó a cada uno de los capitanes de los submarinos nucleares que iban poniéndose en servicio.

Hyman Rickover, uno de los más condecorados almirantes de la historia de la armada de los Estados Unidos, no destacó por su valor en combate, ni por su capacidad estratégica... Rickover fue uno de los más grandes ingenieros de todos los tiempos que, apenas una década después de descubrirse el potencial de la fisión del átomo de generar ingentes cantidades de energía, fue capaz de diseñar un reactor nuclear que cupiera en un submarino.

El almirante temía que aquellos submarinos, que de repente eran capaces de permanecer sumergidos durante semanas y lanzar misiles contra objetivos a miles de kilómetros, provocaran un exceso de confianza en sus comandantes y trató con aquella frase, atribuida según la tradición anglosajona a los pescadores bretones cuando se hacían a la mar, hacerles recordar que, por mucha tecnología que el hombre ponga de su lado, la fuerza de la naturaleza debe ser siempre respetada.

Estoy seguro que nadie regalo placas similares a la Comisión Europea, ni a los miembros del Parlamento Europeo que no sabían a lo que se enfrentaban cuando pusieron en marcha el Reglamento REACH, allá por diciembre de 2006.

Las pretensiones del Reglamento son enormes, descomunales incluso para un país tan grande y unificado en cultura, tradición jurídica, normativa e idioma como los Estados Unidos... pero además, en una institución como la Unión Europea esa dificultad se multiplica hasta el infinito.

La Agencia Europea de Productos Químicos (ECHA) está corriendo el gravísimo riesgo de que cualquiera de sus resoluciones sea impugnada por una cuestión de procedimiento pues están incumpliendo flagrante y clamorosamente la normativa comunitaria de lenguas oficiales.

La industria, al menos hasta ahora, ha asumido su responsabilidad y ha sido comprensiva. Ha puesto buena voluntad y ha aceptado de buen grado que todas las tramitaciones deban hacerse obligatoriamente en inglés. Digamos que ha antepuesto su propia responsabilidad y sus ganas de hacer las cosas bien, a las posibilidades que resistirse a la aplicación de una norma exigente (y que le cuesta un considerable esfuerzo humano y económico) por un aspecto procedimental.

Al poco tiempo de firmarse el Tratado de Roma, los países creadores de la Comunidad Económica Europea se dieron cuenta de que las nuevas instituciones deberían contar con una norma que regulara los idiomas en los que los ciudadanos podían dirigirse a las mismas y en los que emitirían sus normas.

De hecho, el Reglamento nº1 de la CEE, publicado en el también recién creado Diario Oficial de las Comunidades Europeas el 6 de octubre de 1958, fue el dedicado a establecer que las lenguas oficiales y de trabajo de la Comunidad eran el alemán, el francés, el italiano y el holandés.

Ese Reglamento nº1 sigue vigente. Se ha reformado en 9 ocasiones y dónde entonces eran 4, ahora son 23:

Artículo 1: “Las lenguas oficiales y las lenguas de trabajo de las instituciones de la Unión serán el alemán, el búlgaro, el castellano, el checo, el danés, el eslovaco, el esloveno, el estonio, el finés, el francés, el griego, el húngaro, el inglés, el irlandés, el italiano, el letón, el lituano, el maltés, el neerlandés, el polaco, el portugués, el rumano y el sueco.”

Lo que dicho en finés viene a sonar algo como:

1 artikla: “Unionin toimielinten viralliset ja työkielet ovat bulgarian, englannin, espanjan, hollannin, iirin, italian, kreikan, latvian, liettuan, maltan, portugalin, puolan, ranskan, romanian, ruotsin, saksan, slovakin, sloveenin, suomen, tanskan, tšekin, unkarin ja viron kieli.”

Pero el Reglamento nº1 dice algo más:

Artículo 2: “Los textos que un Estado miembro o una persona sometida a la jurisdicción de un Estado miembro envíe a las instituciones se redactarán, a elección del remitente, en una de las lenguas oficiales. La respuesta se redactará en la misma lengua.”

Y remata:

Artículo 3: “Los textos que las instituciones envíen a un Estado miembro o a una persona sometida a la jurisdicción de un Estado miembro se redactarán en la lengua de dicho Estado.”

Pues bien, a pesar de estas normas y de lo dispuesto en el artículo 13 del Código de Buenas Prácticas Administrativas del Personal de la ECHA en sus relaciones con el público (que por cierto, solamente he sido capaz de encontrar en inglés):

Article 13 – Reply to letters in the language of the member of the public.
“Unless otherwise specified in the applicable rules, the staff shall ensure that any member of the public who writes to the Agency in one of the Community official languages receives an answer in the same language unless the author of the request agrees on receiving an answer in a Community language that had been agreed by and between him/her and the Agency”

En la práctica es imposible recibir un documento de la ECHA que no venga en perfecto inglés de Shakespeare. Absolutamente imposible.

Insisto: el punto débil de esta situación es que, como alguna empresa se le cruce el cable puede bloquear el trabajo de la Agencia durante semanas, si no meses.


Y el problema no son los idiomas, el problema es que, tal vez, las instituciones europeas no fueron conscientes de la inmensidad del mar que querían conquistar... se hicieron a la mar con un barco grande y bien equipado... pero cargado con 23 idiomas distintos.

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