martes, 20 de septiembre de 2016

Una huelga en Vizcaya



Vicente Cutanda no encajaba. Había nacido en Madrid en 1850, en una familia acomodada y de elevado nivel intelectual. Su padre era un insigne botánico y reconocido catedrático universitario pero Vicente, además de destacar por su talento para la pintura, llamaba la atención porque no se acomodaba a las convenciones de la clase social a la que, teóricamente, pertenecía.

Tanto es así, que durante una época incierta, entorno a los año 1890-1892, se trasladó a vivir a Barakaldo y, al parecer, buscó trabajo como obrero manual en la industria vizcaína de aquella época, con el fin de vivir en primera persona las condiciones de vida del proletariado. De vivir la revolución desde dentro.

Fruto de aquella experiencia son varias de sus obras, entre las cuales "Una huelga en Vizcaya", que ilustra esta entrada, es especialmente notable.

El cuadro es espectacular. Mide cinco metros y medio de largo y casi tres de alto. Se trata de una composición al estilo del romanticismo, con el foco puesto en un personaje central, elevado, con los brazos en alto, exaltando a las masas.

La disposición de los cuerpos recuerda a los grandes cuadros de épica histórica, como "La libertad guiando al pueblo" de Eugène Delacroix o algunos de los grandes cuadros de Jacques-Louis David, como "El rapto de las sabinas" o "El juramento del Juego de Pelota", pero avanza un paso más allá del romanticismo, incluso cuando éste sirvió a los ideales de la revolución burguesa, para glorificar la revolución obrera, la lucha contra la injusticia, contra la explotación.

El cuadro en sí tiene una historia curiosa. Tras ganar la Medalla de primera clase de la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1892 fue adquirido por el Museo del Prado y, en tanto que era obra de un artista contemporáneo, fue transferido a Museo de Arte Moderno, entonces recién creado, antecesor del actual Centro Reina Sofia.

Al parecer, durante la Guerra Civil, el cuadro fue cedido en préstamo al Ministerio de Trabajo, donde se guardó a la espera de encontrarle ubicación, algo que nunca sucedió pues, al finalizar la contienda, no parecía muy apropiado para decorar la pared de un ministerio franquista.

Se perdieron los registros y el cuadro se olvidó y, el propio Museo del Prado lo daba por perdido hasta que, fruto del empeño personal del subdirector de conservación, José Luis Díez, ahora director del nuevo Museo de las Colecciones Reales, apareció en el sótano del ministerio, enrollado, medio podrido por la humedad, en el año 2003.

Tras somerterlo a una larga y muy trabajosa restauración, en la actualidad se exhibe con todo el derecho, en el Museo del Prado, en las salas de pintura española del siglo XIX que, lógicamente, con el devenir de los años, ha dejado de ser pintura contemporánea.

Pues bien, hay actitudes que deberían también colgarse en las paredes de un museo de antigüedades pero que, por desgracia, vemos todos los días.

Existe una teoría política, que se confirma cada día, que explica que una de las paradojas de la organización y la movilización social, son los denodados intentos de las élites y de las burocracias y aparatos de las organizaciones de perpetuarse más allá de sus objetivos.

Es decir, en el devenir de una organización, es lógico llegar al momento de la profesionalización de su gestión, con lo que gana en eficiencia de forma exponencial, pero dar ese paso supone que, por mucho que un partido político o un sindicato, por ejemplo, logren finalmente los objetivos para los que fueron creados, el afán personal, y humanamente lógico por otro lado, de esos profesionales de conservar su puesto de trabajo y su medio de vida, provocan que la organización trascienda a sus propios objetivos.

El otro día leía un artículo muy interesante en edición europea de la revista Politico al respecto de que las ONGs que militan en contra del acuerdo TTIP están matando a la gallina de los huevos de oro... sobre la base de acumular mentira tras mentira y de intoxicar a la opinión pública, están triunfando de tal modo, que en breve se van a quedar sin enemigo. Pues apostaría a que, cuando el TTIP se dé por liquidado, la mayoría de ellas se buscarán enemigos nuevos contra los que combatir.

Este es el mal que aqueja a algunos de nuestros sindicatos hoy en día. Se empeñan, una y otra vez, en clamar sobre la explotación laboral que sufren los trabajadores en Euskadi, hoy, en 2016. No ahorran en frases grandilocuentes, no escatiman en lenguaje de lucha y, cuando oyes ciertos discursos, según avanzan, te vas convenciendo que terminarán exhortando a tomar las armas y plantar barricadas en las calles.... y resulta que el porcentaje de sindicación entre los trabajadores vascos, hoy, en 2016, es tan ínfimo, que da risa.

Si esa realidad, que estos sindicatos se empeñan en vender fuera tal, los trabajadores y las trabajadoras lo percibirían y verían la necesidad de afiliarse, ¿verdad?... pues el caso es que les falla el argumento por la base y los aparatos de los sindicatos, sus contratados y liberados no quieren darse cuenta pues, al fin y al cabo, les va en ello su sueldo.

En esa dinámica se enmarca la actitud del "sindicato mayoritario en Euskadi". "Mayoritario" en esa pelea de liliputienses que mantienen los sindicatos vascos en la actualidad.

La lectura que han hecho sus élites ha sido: debemos exacerbar el conflicto para pervivir, debemos crear conflicto donde no lo haya para ganar en afiliados y, sobre todo, dar mucho bombo mediático a cualquier cosa que hagamos para que los trabajadores sigan pensando que nuestra labor sirve para algo.

Ahora bien, tampoco quieren que los trabajadores ocupen los medios de producción, como pediría una huelga en Bizkaia en 1892, mediante la cooperativización de las empresas por ejemplo, porque eso también les haría desaparecer como organización y sus liberados tendrían que volver a trabajar en su puesto, en la línea de producción de una fábrica.

Con esa actitud han conseguido que, en lugar de ser un instrumento para resolver problemas, su organización sea el verdadero problema y están traicionando los intereses de las personas que dicen defender al negarse, siquiera, a participar, por ejemplo, en la mesa de diálogo social... llegando a convocar manifestaciones contra el hecho de que haya organizaciones que sí asuman su responsabilidad y traten de dialogar buscando soluciones.

En la sociedad de 2016, la sociedad más culta e informada de la historia de la humanidad, existe el riesgo de que en las grandes decisiones sometidas a referéndum o escrutinio social, decisiones complejas que requieren un análisis de pros y contras de cierta profundidad, las mentiras calen y se tomen decisiones contra toda lógica, como está sucediendo con el TTIP o como ha sucedido con el Brexit, en el Reino Unido, pero el "sindicato mayoritario en Euskadi" debería renunciar a esta esperanza porque los trabajadores y las trabajadores de Euskadi, contrastan sus mensajes con lo que ven en su día a día, de forma inmediata. Ellos y ellas saben mejor que nadie cuál es su realidad.

En 1892, Vicente Cutanda retrató una visión romántica de la lucha obrera que, por desgracia para el romanticismo (o por suerte, en realidad), en el siglo XXI no tiene cabida. Sí, la vanguardia revolucionaria formada por los mineros marcha sobre Madrid, al son de la música, de las canciones revolucionarias, iluminando su camino con antorchas y portando banderas rojas al viento pero ¡lo hace para reivindicar subvenciones para sus patronos!



Ilustración: Una huelga en Vizcaya. Vicente Cutanda. Hacia 1892. Óleo sobre lienzo 275 x 550 cm. Museo del Prado.

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1 comentario:

Anónimo dijo...

Caramba!!!
Mas que Genial!!
Muy acertado el comentario y la visión de los sindicatos actuales!
No conozco el detalle de Euskadi, epro en Catalunya ...se parece muchisimo!
Deberiamos reflexionar todos sobre el papel de los sindicatos. como muy bien dices, en el siglo XXI no tiene sentido argumentos del siglo XIX!!