viernes, 5 de mayo de 2017
La era de la gran industria
Hay gente a la que no conviene llevar la contraria. Gente, ante cuya capacidad y conocimientos, antes de contradecirles, es necesario asentar bien los pies en la dura tierra de una investigación muy concienzuda.
Sucede, en algunas ocasiones, que como soy un poco osado y bastante bocazas, de vez en cuando me atrevo a contradecir a alguno de nuestros técnicos y colaboradores, en sus áreas de especialización, y claro, salgo de la pelea escaldado y me quedo en un rincón, enfurruñado, lamiéndome las heridas.
Pero, en fin, no debo ser muy gato, a pesar de haber nacido en Madrid, porque no aprendo y hace unas cuentas semanas lo volví a hacer y se me ocurrió contradecir, nada más y nada menos, que a Iñaki Barrenechea, secretario de la Junta de la Asociación, que ha sido vocal del Consejo Económico y Social de Euskadi en representación de Confebask, miembro de la Junta de CEBEK, secretario general de Petronor, entro otras muchas cosas. Una enciclopedia andante y parlante sobre la historia y la realidad de la Industria Vasca.
El incidente fue, más o menos, el siguiente: en un momento dado de la reunión de la Junta Rectora, al hilo de un debate que no viene al caso, Iñaki comentó que el edificio en el que estábamos, en el que se encuentran nuestras oficinas, en Gran Vía, 50, esquina con la calle Máximo Aguirre de Bilbao, se construyó para albergar las oficinas centrales de Babcock-Wilcox.
Yo, temerario, en vez de callar y tomar nota y, en todo caso, investigar el asunto, afirme con aplomo:
- No, que va. Este edificio se construyó para ser la sede de los sindicatos verticales del franquismo...
Iñaki se limitó a levantar una ceja, mirarme un poco de soslayo y, tras una breve pausa le-digo-algo-o-lo-dejo-pasar, continuó con su argumento.
Pocos días más tarde, colocaron en la entrada la placa que aparece en la foto que ilustra esta entrada.
La Sociedad Española de Construcciones Babcock y Wilcox se fundó se 1918 para producir locomotoras de vapor, difíciles de conseguir por aquellos años de guerra. Su principal fábrica se construyó en la Vega del Galindo, en Sestao, pero la empresa llegó a tener concesiones de minas de hierro, una central térmica y varias fábricas distribuidas por Bizkaia y varias provincias.
Construyó locomotoras de vapor hasta 1961, pero su capacidad y calidad en el diseño y fabricación de las calderas, la esencia de la máquina de vapor, le permitió diversificar sus mercados y, además de producir locomotoras diésel, también produjo calderas de vapor para centrales eléctricas y fábricas de todo tipo, tubos, turbinas hidráulicas, automotores eléctricos y diésel, motores marinos, engranajes, válvulas y otros equipos. Sus productos se vendieron en cuatro continentes y, en Bizkaia, son fácilmente reconocibles las estructuras del puente levadizo de Deusto en Bilbao, la refinería de Petronor en Muskiz o la inacabada central nuclear de Lemóniz. Casi 6000 personas llegaron a formar su plantilla.
Tanta llegó a ser la importancia de la empresa que, el 30 de junio de 1969 el alcalde Bilbao, Javier de Ybarra Bergé presentó la dimisión de su cargo al frente del ayuntamiento por haber sido nombrado por el consejo de administración del Banco de Vizcaya presidente del Consejo de Administración de "la Babcock", que ya se hallaba sumida en una grave crisis por no haberse modernizado, ni adaptado a las demandas del mercado internacional (Biografías de los Alcaldes de Bilbao, pag. 283)
Y, bueno, efectivamente, la Babcock construyó el edificio de Gran Vía, 50: 8 plantas, más dos de sótanos, casi 500 m2 por planta. En pleno centro de Bilbao. Y se lo encargó a Álvaro Líbano, arquitecto de estilo racionalista, de referencia en el Bilbao de aquellos años, muy inspirado por el trabajo de Mies Van de Rohe, que comenzó a trabajar en el diseño del edificio en 1956, que se inauguró en 1961 (Do.Co.Mo.Mo.)
Para que se hagan una idea, Líbano diseñó también la ampliación del Museo de Bellas Artes de Bilbao (inaugurada en 1970), el edificio de El Corte Inglés, al principio de misma Gran Vía, la fábrica de Coca-Cola de Galdakao, el colegio Zurbaran o el edificio de SEAT, en Lehendakari Aguirre, 22, en Deusto, que en el espacio que hoy ocupa el centro comercial Bidarte albergaba, en su día, un gran garaje, entre otras muchos edificios emblemáticos de la capital de Bizkaia.
En mi descarga diré que, sin haber investigado previamente, yo no me hacía a la idea de que una empresa industrial necesitara un edificio de oficinas de ese calibre en pleno centro de la ciudad. Hoy es algo impensable.
Lo comenté con Iñaki, claro, y con una cierto deje de nostalgia, me contaba cómo cruzaban la ría miles de trabajadores en los botes, para acudir a sus turnos en la Babcock, en las distintas factorías de Altos Hornos o a las decenas de fábricas enormes que se asentaban en ambas márgenes. Recordaba aquella época en la que un chaval empezaba como aprendiz a los 14 años y se jubilaba, en la misma empresa, como maestro.
En 1973, como consecuencia del intento de Siria y Egipto de recuperar los territorios perdidos frente a Israel 6 años antes, comenzó la llamada guerra de Yom Kipur. Los países árabes agrupados en la OPEP, como medida de presión, decidieron reducir radicalmente sus exportaciones de petróleo a los Estados Unidos y a los países de Europa Occidental que apoyaban al Estado Judío en la contienda.
La consecuente escalada de los precios del crudo provocó una crisis sin precedentes y que, la ya poco preparada Babcock, viera cancelada la mayor parte de sus pedidos en los sectores de la industria y la energía y entrará en la larga recta final que llevaría a su integración en el Instituto Nacional de Industria en 1983, con el único fin de evitar el impacto social que su cierre generaría. Desgajada y dividida, su actividad central terminó cerrando en 2004.
En Euskadi ya no quedan empresas como aquellas pero, sinceramente, yo no las echo de menos y me revela un poco oír constantemente que las empresas vascas deberían ganar en tamaño para poder competir.
Nuestro sector productivo se ha diversificado. En lugar de industrias "diplodocus", a las que resulta imposible adaptarse y reaccionar, ahora lo forman pequeños mamíferos rodeores, empresas medianas y pequeñas, ágiles y adaptables, muchas de ellas líderes en nichos concretos de mercado a nivel mundial, que han resistido el cataclismo que comenzó en 2009 mucho mejor que sus grandes y legendarios antecesores resistieron las crisis que les tocó vivir, porque donde antes grandes polos de actividad industrial concentraban la actividad económica en sectores muy focalizados, ahora florece una extensa red de actividades muy diversificadas.
Ya les he contado alguna vez que asumo que, para competir con garantías en ciertos mercados las empresas de Euskadi deben ganar masa crítica pero, para hacerlo, la pequeña industria vasca hará bien en "clusterizarse", en aliarse.
La era de la gran industria no volverá a Euskadi y estoy seguro de que, más allá de la nostalgia, nuestra situación actual es mucho mejor.
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