Sucede que Internet y las redes sociales no han creado fenómenos nuevos de comunicación. Del mismo modo que los viajes en avión no han modificado las leyes de la física.
Las normas, los principios fundamentales de la comunicación se siguen cumpliendo aunque, quizás, la velocidad y capacidad de transmisión tan enorme de las nuevas tecnologías, exacerban y hacen más evidentes fenómenos, que ya existían antes.
Uno de ellos, uno entre muchos, es el fenómeno de los "círculos de complacencia". Desde la antigüedad, se viene hablando de la tendencia humana, preocupante en el caso de reyes o emperadores que tomaban decisiones de gobierno, de rodearse solamente de personas que confirmaran sus propias opiniones, de los que entonces daban en llamarse, “aduladores”, una práctica puesta al día recientemente por el gabinete Trump en pleno. (Personas sensibles a la vergüenza ajena, mejor absténgase de ver el vídeo que enlazo).
Nosotros, los particulares, también solemos caer en este círculo por cuanto que nos cerrarnos a las opiniones que nos contrarían, pues nos desasosiegan y, por naturaleza, tendemos a escuchar a gente que está básicamente de acuerdo con nosotros, entre la familia, entre los amigos y en las redes sociales.
Quizás porque, desde muy pequeños, mis padres siempre favorecieron el debate entre mis hermanos y hermanas, cada uno de nosotros tienen ideas muy diferentes y, en nuestras reuniones familiares o incluso a través del Facebook, siempre hay hueco para una buena conversación de política, de historia, de economía, de literatura, de cine, de cualquier cosa, en la que nunca estamos todos de acuerdo.
En la redes, es aún más fácil cerrar el "círculo de complacencia". En Twitter, por ejemplo, basta con dejar de seguir a todo aquel cuyas opiniones no coincidan con las nuestras y, si insiste en intervenir en nuestros debates, basta con bloquearle. Ya no volverá a incomodarnos exponiendo posturas con las que no estamos de acuerdo y se terminó el problema.
Yo les aconsejo que hagan justo lo contrario. Yo procuro hacerlo y, sinceramente, resulta muy enriquecedor. Y cuanto más inteligente y culta sea la persona con la que discrepamos, más conviene leer lo que escribe o escuchar lo que dice.
Nunca he dejado de seguir a nadie en Twitter por discrepar de sus opiniones y, sin embargo, si he sido bloqueado por algún que otro gurú al que no pareció gustarle que le planteara determinadas preguntas. (Por ejemplo, con el tema del acuerdo de comercio TTIP, llevo ya tres bloqueos...)
Pero en fin, es quizás por todo ello, que sigo con mucho interés el Twitter y el blog de D. Juan Torres López, catedrático de economía aplicada de la Universidad de Sevilla y con el que discrepo con casi cada tuit que publica.
Este miércoles, mientras me refugiaba del calor en un bar cercano al Colegio de Abogados, leí en el móvil este tuit. Es un pregunta que me he hecho algunas veces y para la que tengo mi particular respuesta:
Sáltense los cuatros primeros párrafos y, discúlpenme el consejo, es que parece que, para determinadas posiciones ideológicas, si no se empieza una argumentación aludiendo a una buena conspiración, a un mundo de buenos y malos y culpando al capitalismo de algún genocidio, no se empieza con fuerza.¿Es bueno o malo para la economía que haya sindicatos fuertes? https://t.co/o1hRLKaily— Juan Torres López (@juantorreslopez) 21 de junio de 2017
Pero, a partir del quinto párrafo, comienza a analizar, ya con un punto de vista más científico y doctrinal, la cuestión y, quizás sorprendentemente, resulta que estoy casi del todo de acuerdo, con casi todo lo que dice.
Es más, añadiré algún argumento adicional: unos sindicatos fuertes, constructivos, dialogantes y que piensan en el bien común con visión de largo plazo, no sólo son buenos para la economía, son imprescindibles para su desarrollo sano y equilibrado. Son imprescindibles para el concepto mágico del Desarrollo Sostenible.
Entre otras muchas cosas, además de equilibrar el Desarrollo, vigilan la competencia desleal entre empresas, pues el incumplimiento de la normativa laboral por parte de una empresa, es flagrante competencia desleal, se mire por donde se mire.
Ahora bien, si los sindicatos, para creerse fuertes, caen en la demagogia de la lucha por la lucha, de mostrarse combativos con el único fin de captar afiliados que paguen sus cuotas y sigan sosteniendo económicamente a sus cúpulas. Si caen en la demagogia absurda y ridícula de no querer cerrar acuerdos en ningún caso, simplemente como estrategia de partida. En la estupidez de alegar, sin ningún otro criterio, que, si ofreces 100 es porque, en realidad, puedes dar 200 y si ofreces 200, es porque, en realidad puedes dar 400, entonces, no solo serán un obstáculo para el beneficio empresarial, lo serán para el desarrollo económico y social de todos.
En la negociación del Convenio General de la Industria Química llevamos desde 1978 sentándonos a la mesa con, posiblemente, las dos federaciones más potentes, preparadas y con mayor implantación en las empresas, de los dos sindicatos mayoritarios de este país, de UGT y CCOO.
Es un convenio avanzado, innovador, punta de lanza de muchas reivindicaciones sindicales. Con niveles salariales muy elevados respecto a convenios sectoriales de ámbito nacional similares. En la Industria Química tenemos indices de fijeza en la contratación por encima del 94%, con una media salarial un 66% superior a la media nacional, con un incremento acumulado de salarios del 9,3% desde 2009, en plena crisis económica global, etc. etc. (Radiografía FEIQUE) y, sin embargo, en sus casi 40 años de historia, nunca se ha convocado una huelga general del sector.
¿Es bueno para el Sector Químico contar con los sindicatos más fuertes de este país?... dejando de lado la obsesión conspirativa, el maniqueismo y las historias de buenos y malos, definitivamente, sí. Sin ninguna duda... y si para ello tengo que estar de acuerdo con el señor Torres, pues bienvenido sea... sin que sirva de precedente, claro.
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