Uno de los grandes avances sociales que ha experimentado la
sociedad occidental, y la de casi todo el mundo, durante los últimos años del siglo XX ha
sido la implantación y avance del pensamiento, la conciencia y el movimiento
ecologista. El desarrollismo a ultranza de otras décadas, en el que lo único
que se tenía en cuenta eran las cifras de producción y los resultados de las
empresas, los puestos de trabajo creados y la renta generada, las cifras
económicas en definitiva, ha quedado atrás. Gracias a la concienciación
ecologista de la sociedad hoy día, antes de cualquier inversión industrial, se
valora con especial precaución la seguridad, las emisiones, los efluentes
líquidos, los residuos que se puedan generar y un largo etcétera de variables
consideradas en épocas pasadas como elementos "externos" a la propia
inversión y que son, sin duda, elementos esenciales en el planteamiento de una
actividad.
Sin embargo el movimiento ecologista, en sus versiones más
radicales, sigue un camino efectivo para perseguir un fin último beneficioso
pero amenazador y éticamente cuestionable, por el cual se dirige a la opinión
pública como si se tratara de una clase de niños de pre-escolar; (los
beneficios de los fines intermedios son más que discutibles).
La táctica "¡Viene el coco si no comes!" utilizada en
alguna ocasión por casi todos los padres y madres del mundo en sus distintas
versiones culturales, persigue un fin bueno (la alimentación del niño), pero
utiliza un método discutible cuando el que debe ser convencido es un adulto con
criterio y capacidad para decidir por sí mismo.
Hace unos años, en una revista del gremio de la panadería
llamada "Panorama Panadero" se planteaba un debate muy interesante
sobre la modificación genética de las variedades vegetales de las que se
obtienen las harinas. En páginas enfrentadas exponían su opinión una bióloga
experta en genética y un alto dirigente de Greenpeace. Se trataba de que los
profesionales conocieran, por sí mismos, las ventajas y problemas de las
variedades modificadas.
La opinión científica centraba su comentario en el hecho de que
los hombre han venido seleccionando genéticamente las especies según su conveniencia
desde que domesticó al primer animal y desde que se inició en la agricultura; y
sobre todo en que los peligros de los que alertan las organizaciones
ecologistas no pueden afirmarse ni negarse categóricamente ya que siguen siendo
objeto de estudio. En el otro lado Greenpeace afrimaba, rotundamente, que el
maíz modificado no es sólo destructor implacable del medio ambiente, además
afectará de forma irreparable a la salud de los consumidores. ¿Utilizaban ambos
las mismas armas, la misma seriedad en su planteamiento?.
Existen muchos ejemplos de actuaciones acientíficas parecidas en
las que prima, de forma absoluta, la aparente visión "verde" de la
vida por encima de la ciencia y de la experimentación. La campaña contra los
plásticos clorados, en concreto contra el PVC, podría basarse en señalar la
mayor problemática ambiental de los procesos industriales que utilizan el cloro
frente a otros plásticos que no lo utilizan, de las desventajas del PVC frente
al aluminio, por ejemplo en caso de incendios. Pero no, para el movimiento
ecologista más radical, la gente no está preparada para decidir por sí mismos
que es más o menos peligroso para el medio ambiente y para evitar que tengan la
necesidad de planteárselo afirman, sin ningún tipo de fundamento científico
serio y demostrable que los juguetes de PVC producen cáncer de casi todo, dañan
el hígado, los riñones, el corazón y todo tipo de males bíblico-apocalípticos,
que sufrirán los niños y recaerán sobre la conciencia de aquellos padres
irresponsables que compraron a su hijo un sonajero con unos demonios llamados
ftalatos.
Lamentablemente, en muchas ocasiones, la ecología, el hecho de
que nuestra decisión particular como ciudadanos sea más o menos
"verde", depende de realidades científicas que no son tan evidentes
como se empeñan algunos.
Un ejemplo: ¿Qué es más ecológico comprar unos calcetines 100%
lana u otros de fibras sintéticas de origen industrial?, a primera vista parece
evidente que la lana es más ecológica, la idílica imagen de las ovejas pastando
en unos prados verdes en las montañas no puede hacernos pensar otra cosa,
especialmente si lo comparamos con la imagen antipática y fea de una industria
químico-textil. Seamos radicales, prohibamos las fibras sintéticas, esos sucios
derivados del petróleo antinaturales....
Hagamos un ligero análisis, casi superficial pero vayamos un
poco más allá de las visiones idílicas. Dejemos a un lado el proceso que
convierte la lana esquilada en una fibra útil para la confección de las
prendas. Una sola planta de acrilonitrilo, que ocupa la extensión de un campo
de fútbol, produce la misma cantidad de fibras para la confección que un rebaño
de 12 millones de ovejas que, sólo para pastar, necesitarían una extensión del
tamaño de Bélgica. Para cubrir las necesidades de los 6.000 millones de
habitantes que tiene la Tierra, la utilización exclusiva de fibras de origen
animal o vegetal (lana, algodón, lino, sisal...) necesitaría de una extensión
cultivada o destinada a la ganadería que superaría la extensión del planeta. ¿Así
defenderemos la conservación del Amazonas?... por ejemplo.
En muchos otros aspectos la verdad científica, la única que
realmente debe contar a la hora de decir si un producto o una actividad es o no
"ecológica" no coincide con la apariencia, con las posturas
promovidas por los movimientos más espectaculares y notorios dentro de la
filosofía "verde" y que provoca decisiones políticas guiadas por la
opinión pública, a su vez influida por esas posturas, o mejor dicho, por la
escenificación de esas posturas.
¿Hasta que punto es lícito tratar de influir sobre el público
con medias verdades o mentiras completas con un fin beneficioso?, ¿no es hora
ya de que los movimientos ecologistas más proclives al alarido comprendan que
la opinión pública está formada por las decisiones y opiniones personas de
adultas?.
Evidentemente la opinión científica tampoco es única, las
disparidades entre investigadores son algo más que habitual. Es completamente
lícito realizar un análisis completo del ciclo de vida de una tubería de PVC,
por ejemplo, y de otra de acero. Analizar de donde se extraen las materias
primas, que problemas tiene el proceso de transformación de éstas, la
fundición, el conformado, el transporte, su instalación y su vida útil una vez
instalada, así como su destino una vez que se convierta en un deshecho, las
posibilidades de reutilización o reciclaje, analizando la emisión de gases, los
efluentes líquidos que produce cada proceso, el consumo de energía y todas las
incidencias ambientales de cada paso podrán determinar cual de las dos opciones
es más ecológica.
Aunque se haga de forma científica las conclusiones de dos
investigadores pueden ser diferentes, incluso opuestas. Uno puede considerar un
mayor perjuicio en el consumo de energía que supone la fundición del acero y
otra opinión señalar el proceso del cloro como lo más perjudicial. Uno destacar
las ventajas del acero en su reciclaje como chatarra y otro marcar la gran
longevidad del PVC en tuberías enterradas, por ejemplo.
1 comentario:
Indudable -y obvio para las personas adultas; pese a que cada día redescubra que ello no conlleva implícito el criterio- que al igual que una crisis económica , por poner un ejemplo muy al azar, permite promover acciones o leyes que sin ese acecho ni asomarían la nariz para promover un cambio, que el medioambiente puede ser y es una forma de presión, al igual que en muchísimo otros sectores. De ahí, a generalizar es donde uno mismo cae en esa esquina sombría y apartada del extremismo que en esta entrada se viene a criticar, sospechando, mirando de soslayo. Como un yonki en la parada del autobus.
Alaridos ecologistas... porque no, vamos a llamar a todos ellos ecololistos y ecologetas!!
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