El 6 de agosto de 1096 el emperador de Bizancio, Alejo I, facilitó los barcos para que, la llamada Cruzada de los Pobres, atravesara el Bósforo y llegara a Asia Menor.
El año anterior, el mismo Alejo había realizado un llamamiento pidiendo auxilio a la Europa cristiana. Los turcos selyúcidas, musulmanes procedentes de Asia central, habían impuesto su ley en Oriente Medio dominado por el Islam y gobernaban Persia, Mesopotamia, Siria y los Santos Lugares y habían invadido gran parte de Anatolia, hasta conquistar Nicea, y amenazaban las ciudades bizantinas de Asia Menor, en las costa del mar Egeo y la propia Constantinopla.
El Papa Urbano II vio en ese llamamiento una oportunidad para unificar las iglesias cristianas de Oriente y Occidente bajo su mandato y proclamó la cruzada, en noviembre de 1095, durante el Concilio de Clemont, que prometía indulgencia a aquellos que fueran a luchar contra los musulmanes para arrebatarles la posesión de Tierra Santa.
El llamamiento tuvo gran acogida en la Europa feudal, sobre todo en Francia, Italia y Alemania, y, entre los nobles supuso la organización de cuatro expediciones distintas, bien planificadas y pertrechadas, que confluyeron en Constantinopla en noviembre de 1096, por distintos caminos y que, tres años más tarde, tomaron al asalto Jerusalén y asesinaron a todos sus habitantes, hombres, mujeres y niños, al grito de "Dios los quiere". Personalmente no alcanzo a entender como aquella gente pudo utilizar el nombre de Jesús de Nazaret, el mismo que predicó que había que amar a tus enemigos e invitaba a "poner la otra mejilla", para justificar aquellos hechos.
Pero, aquella primera cruzada, la única que en realidad tuvo éxito, estuvo precedida por otra, llamada la Cruzada de los Pobres que sufrió un destino bien distinto.
En aquellos años anteriores a la llamada de auxilio de Alejo, en un largo período de malas cosechas y epidemias, recorrían Europa predicadores eremitas, de costumbres sobrias y encendida elocuencia. Idénticos a los telepredicadores de hoy en día que utilizaban su verbo para enardecer al pueblo aprovechando la falta de cultura e instrucción.
Entre ellos destacaba el llamado Pedro el Ermitaño. De pequeña estatura, extremadamente delgado y origen francés, generaba pasiones entre su audiencia de tal modo que la gente peleaba por poder acercarse a él y besar el pie de su raído y basto manto.
A raíz de la llamada del papá, Pedro comenzó a predicar una expedición a Tierra Santa a la que se sumaron familias enteras de campesinos, siervos y artesanos que, tomando lo primero que encontraron que pudiera servir como arma, y sin la mínima preparación u organización, se reunieron en Colonia hasta completar una muchedumbre en torno a 40.000 personas que partieron hacia Constantinopla, atravesando Alemania y el Reino de Hungría.
Los integrantes de aquella expedición estaban convencidos de que Dios les favorecía, de que no necesitaban pertrechos porque Dios los proveería de lo necesario y de que no necesitaban preparación u organización militar porque Dios lucharía con ellos en la batalla.
Obviamente, partieron mucho antes que la expedición militar de los nobles y, para alimentarse fueron realizando pillaje tras pillaje por los pueblos y ciudades que pasaban. De hecho, en Alemania, en ciudades como Colonia o Worms, asaltaron las juderías y mataron en torno a 4.000 judíos en total, pero también asaltaron pueblos cristianos y mataron a aquellos que se resistían a entregarles sus animales de granja o sus cosechas.
Alejo I, avisado de los problemas que la muchedumbre iba a generar en su propia capital, trató de facilitar todo lo posible satisfacer los deseos de enfrentarse a los infieles de Pedro el Ermitaño y los suyos, aunque era consciente de que cualquier encuentro con las tropas turcas terminaría en una masacre. Al parecer, al menos de palabra, Alejo trató de convencer a Pedro de que esperara, eso sí, en Asia Menor, la llegada de las expediciones de la cruzada de los nobles, que ya habían partido.
Pero los líderes de la "Cruzada de los Pobres estaban convencidos de que Dios les acompañaría y no quisieron esperar. Tras un par de meses de escaramuzas, los 20.000 "cruzados" que restaban tomaron camino de Nicea, para conquistarla cuando, a menos de 150 kilómetros de Scutari, la orilla asiática del Bósforo, el 21 de octubre de 1096, fueron emboscados y completamente masacrados por el ejército turco.
De la misma manera que no comprendo el fanatismo asesino de la "cruzada de los nobles", no alcanzo a entender la obcecación suicida de la "cruzada de los pobres". Ambos destinos nacieron de la misma actitud, de la misma desmedida y exacerbada pasión religiosa.
La ciencia, la Ilustración y los movimientos liberales del siglo XIX mitigaron en Europa el fanatismo religioso, pero no por ello libraron a occidente de otros fanatismos, como el político o el racial, cuyo punto culminante se alcanzó en la Segunda Guerra Mundial.
A pesar de todo, el pensamiento no basado en la evidencia, la creencia por encima de la razón sigue campando a sus anchas entre nosotros.
En el año 2003, en el Colegio García Quintana de Valladolid en un plazo de tres años se declararon cinco casos de leucemia entre sus alumnos. Las miradas de los madres y padres del colegio se volvieron hacia unas antenas de telefonía móvil cercanas.
Yo no tengo evidencias para decir qué produjo aquellos casos de cáncer pero, cuando el caso estaba en plena investigación, recuerdo haber escuchado en televisión a un miembro de la Asociación de Padres y Madres de aquel colegio decir que él llevaría a su hijo al colegio al día siguiente de que quitaran las antenas... estaba tan seguro de que la causa eran aquellas antenas que estaba dispuesto a apostar algo tan valioso como la vida y la salud de su hijo a que tenía razón. No pude comprender aquella forma de pensar.
Todo los días vemos declaraciones parecidas en los medios, tan frecuentes que ya no nos llaman la atención, sobre energía, sobre agricultura y desarrollo, sobre productos químicos, sobre las vacunas o los medicamentos... incluso emitidas por responsables políticos.
En materia de Desarrollo Sostenible, en materia de salud, de energía o de industria, solamente me atrevo a pedir que las decisiones que comprometen nuestro futuro no se basen en apriorismos o en creencias no fundamentadas en la ciencia.
Y sí, la ciencia es lenta y necesita tiempo para análisis y pruebas, para planificar y pertrecharse de evidencias y razones... pero por favor, esperémosla, no abandonemos la seguridad del Bósforo y tomemos el camino de Nicea y, por supuesto, dialoguemos entre diferentes, no asaltemos Jerusalén. Por favor.
Volver a www.aveq-kimika.es
Pero los líderes de la "Cruzada de los Pobres estaban convencidos de que Dios les acompañaría y no quisieron esperar. Tras un par de meses de escaramuzas, los 20.000 "cruzados" que restaban tomaron camino de Nicea, para conquistarla cuando, a menos de 150 kilómetros de Scutari, la orilla asiática del Bósforo, el 21 de octubre de 1096, fueron emboscados y completamente masacrados por el ejército turco.
De la misma manera que no comprendo el fanatismo asesino de la "cruzada de los nobles", no alcanzo a entender la obcecación suicida de la "cruzada de los pobres". Ambos destinos nacieron de la misma actitud, de la misma desmedida y exacerbada pasión religiosa.
La ciencia, la Ilustración y los movimientos liberales del siglo XIX mitigaron en Europa el fanatismo religioso, pero no por ello libraron a occidente de otros fanatismos, como el político o el racial, cuyo punto culminante se alcanzó en la Segunda Guerra Mundial.
A pesar de todo, el pensamiento no basado en la evidencia, la creencia por encima de la razón sigue campando a sus anchas entre nosotros.
En el año 2003, en el Colegio García Quintana de Valladolid en un plazo de tres años se declararon cinco casos de leucemia entre sus alumnos. Las miradas de los madres y padres del colegio se volvieron hacia unas antenas de telefonía móvil cercanas.
Yo no tengo evidencias para decir qué produjo aquellos casos de cáncer pero, cuando el caso estaba en plena investigación, recuerdo haber escuchado en televisión a un miembro de la Asociación de Padres y Madres de aquel colegio decir que él llevaría a su hijo al colegio al día siguiente de que quitaran las antenas... estaba tan seguro de que la causa eran aquellas antenas que estaba dispuesto a apostar algo tan valioso como la vida y la salud de su hijo a que tenía razón. No pude comprender aquella forma de pensar.
Todo los días vemos declaraciones parecidas en los medios, tan frecuentes que ya no nos llaman la atención, sobre energía, sobre agricultura y desarrollo, sobre productos químicos, sobre las vacunas o los medicamentos... incluso emitidas por responsables políticos.
En materia de Desarrollo Sostenible, en materia de salud, de energía o de industria, solamente me atrevo a pedir que las decisiones que comprometen nuestro futuro no se basen en apriorismos o en creencias no fundamentadas en la ciencia.
Y sí, la ciencia es lenta y necesita tiempo para análisis y pruebas, para planificar y pertrecharse de evidencias y razones... pero por favor, esperémosla, no abandonemos la seguridad del Bósforo y tomemos el camino de Nicea y, por supuesto, dialoguemos entre diferentes, no asaltemos Jerusalén. Por favor.
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