En el siglo de las luces español, especialmente durante los reinados de Carlos III y Carlos IV, abundaron personas e instituciones de gran mérito, cuyas luces, con acusaciones de afrancesamiento e impiedad, trataron de apagar la reacción absolutista que siguió a la invasión napoleónica de 1808.
Últimamente se ha empezado hablar en foros públicos de Blas de Lezo, marino y militar guipuzcoana, héroe del sitio de Cartagena de Indias contra los ingleses pero aún se habla poco de los hermanos Elhuyar, de los primeros investigadores científicos o de las primeras aportaciones a la medicina, el saneamiento y la salud pública que, contra inmensas dificultades y precarios medios, llevaron a cabo personas como Francisco Javier Balmis.
Francisco Javier Balmis, médico alicantino nacido en 1753, estaba a punto de cumplir 50 años cuando, el 30 noviembre de 1803, bajo su dirección e impulsó, la corbeta María Pita partió del puerto de A Coruña con destino a América.
Llevaba aquel barco un cargamento un tanto especial: 22 niños coruñeses, entre 8 y 10 años de edad, sacados del hospicio Casa de Expósitos de la ciudad, con el fin de incorporarse a la expedición, el propio Balmis, que era un prestigioso cirujano y había llegado a ser médico personal del rey Carlos IV, 2 médicos asistentes, 2 practicantes, 3 enfermeras y la rectora del orfanato del que los niños procedía.
La idea de Balmis, sin duda ingeniosa pero que hoy consideraríamos falta de ética, era sencilla: dado que el suero generado en las pústulas de los pacientes inoculados, servía para inmunizar a los subsiguientes, irían vacunando de dos en dos a los niños de forma que los días que pasaban entre una inoculación, acumulados en cadena, fueran suficientes para el largo viaje por mar y comenzar la vacunación en el nuevo continente.
Entiendo sus reparos, comparables a los míos, pero la vacuna de la viruela descubierta por Jenner estaba salvando miles de vidas en Europa y, entre tanto, a su vez miles de personas enfermaban y morían sin remedio en América. Traten de ponerse en el estado de la técnica en aquel momento: la refrigeración, la asepsia, el envasado al vacío no existía... ¿Qué otra cosa podían hacer más que utilizar seres humanos como portadores de la vacuna?...
En esa tesitura, podían haber utilizado adultos voluntarios y pagados, pero, de nuevo, téngase en cuenta lo que significaba ser huérfano y vivir en un hospicio en aquella época: a la imposibilidad de una alimentación mínima adecuada, la falta de higiene o la carencia de atención médica, se sumaba el hecho de estar expuestos a la violencia y los abusos. La probabilidad de morir por cualquier otra causa para aquellos niños era seguramente mucho mayor si se quedaban en Europa que si viajaban a América en aquella expedición.
El viaje duró tres años y durante su recorrido por América, fue reclutando más huérfanos y siguió extendiendo por nuevas tierras la vacunación. Balmis recorrió Canarias, Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y México pero la expedición se dividió y otros participantes en la misma llevaron la vacuna hasta Chile por el sur y el actual estado de Texas por el norte.
En febrero de 1805, con 25 huérfanos mejicanos, Balmis se embarca en Acapulco en el navío Magallanes, cruza el Pacífico y, con idéntico procedimiento, extendió la vacunación por las islas Filipinas y, desde allí, a Macao y Cantón, dando comienzo a la vacunación en Asia.
Los esfuerzos de Balmis y de aquella Real Expedición Filantrópica de la Vacuna salvaron miles de vidas. Quizás aquel médico ilustrado se saltó, a la brava, el principio de precaución pero se merece consideración y respeto... y seguramente un monumento.
En febrero de 1805, con 25 huérfanos mejicanos, Balmis se embarca en Acapulco en el navío Magallanes, cruza el Pacífico y, con idéntico procedimiento, extendió la vacunación por las islas Filipinas y, desde allí, a Macao y Cantón, dando comienzo a la vacunación en Asia.
Los esfuerzos de Balmis y de aquella Real Expedición Filantrópica de la Vacuna salvaron miles de vidas. Quizás aquel médico ilustrado se saltó, a la brava, el principio de precaución pero se merece consideración y respeto... y seguramente un monumento.
No me entiendan mal. Con esta historia, no estoy justificando saltarse los principios éticos para obtener un buen fin. El debate sobre si el fin legítima los medios o deben ser los medios los que legitimen el fin es tan viejo como la humanidad y yo, personalmente, estoy completamente de acuerdo con la frase que mi padre siempre nos decía de pequeños: "Puedes tener la razón y perderla si pegas a tu hermano".
Soy partidario de analizar y estudiar a fondo pros y contras de toda innovación, iniciativa o proyecto, pero no puedo ser partidario de la inacción y de no analizar, de no evaluar por muy asentado que esté la convicción sociológica de que algo es malo o de que algo es bueno.
Hoy en día la viruela no es el problema. O mejor dicho, es un problema que la ciencia, venciendo a la incertidumbre, ha logrado solucionar, pero la humanidad sigue teniendo muchos otros problemas.
Aplicar el principio de precaución es importante para prevenir que determinados avances técnicos o científicos provoquen efectos indeseables o, directamente, desastresos, casos conocemos muchos y están día sí, día también en los medios de comunicación, la talidomida, el amianto, los CFCs... pero por cada uno de esos casos, se pueden citar cientos de avances que han salvado millones de vidas, historias que por desgracia duermen en el olvido, en un cajón de la redacciones, uno etiquetado con la frase: "Las buenas noticias no son noticia"
Es posible que la nanotecnología tenga la cura para el cáncer. Es posible que la modificación genética tenga la solución para el hambre. Es posible que la explotación de gas no convencional sea una vía para una transición suave entre el carbono y las energías renovables... no lo sabemos. Pero, ahora mismo, sólo pensamos, creemos, aventuramos que "es posible" o que no lo es... No sabemos nada más: averigüemoslo.
Es posible que la nanotecnología tenga la cura para el cáncer. Es posible que la modificación genética tenga la solución para el hambre. Es posible que la explotación de gas no convencional sea una vía para una transición suave entre el carbono y las energías renovables... no lo sabemos. Pero, ahora mismo, sólo pensamos, creemos, aventuramos que "es posible" o que no lo es... No sabemos nada más: averigüemoslo.
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