viernes, 8 de enero de 2010

Un economista, los premios a la innovación y el azul ultramar


Hace ya unos meses , allá por el mes de julio, BBC Radio 4 emitía un programa conducido por Tim Harford, economista y columnista británico, presentador del programa de la BBC, televisión en este caso, Trust me, I´m an economist y que escribe una columna verdaderamente divertida llamada Dear Economist en el Financial Times. Es autor de un best-seller en materia económica muy entretenido y fácil de leer: The Undercover Economist y que tiene el enorme mérito de explicar aspectos económicos complejos de forma sencilla y divertida.

Era uno de los capítulos del programa semanal Analisys, en esta ocasión titulado Inspiring Green Innovation, en el que Harford hablaba con algunos expertos sobre la innovación aplicada al cambio climático. La Innovación con mayúsculas que la humanidad necesita para enfrentarse a este gran reto y de las posibilidades que tienen los gobiernos de acelerar dicha innovación.

Además de hablar de los riesgos de la intervención gubernamental en la innovación, de las reducciones de impuestos y las subvenciones, el programa citaba, entre las herramientas de las que las administraciones públicas disponen, los premios a la innovación, algo quizás un poco pasado de moda (pues no apoyan la innovación cuando realmente necesita apoyo, que es en sus pasos iniciales) pero que es quizás el medio más antiguo del que los gobiernos se han valido para fomentarla.

Cita Harford el caso del John Harrison, un relojero inglés del siglo XVIII, famoso por haber inventado el Cronómetro Marino que permitió resolver el “Problema de la Longitud” en la navegación y con ello salvar miles de vidas y favorecer el comercio.

Hasta el siglo XVIII, determinar la posición de un barco en alta mar no era tarea sencilla. La poca precisión de los métodos de cálculo hacían que los errores fueran constantes y los accidentes y naufragios frecuentes.

Determinar la latitud, o posición norte-sur, era relativamente fácil (siempre que el cielo estuviera despejado y el navegante no estuviera en los confines del hemisferio sur) pues observando el ángulo de la Estrella Polar respecto al horizonte y con un cálculo relativamente breve, se obtenía un resultado suficientemente preciso. La Estrella Polar, siempre se encuentra a apenas 1º de distancia angular respecto al cenit universal lo que provoca que, a pesar del giro de la Tierra, su posición permanezca prácticamente invariable.

Pero para situar una posición en un plano nos hacen falta un eje de abscisas… determinar la longitud era mucho más complicado, utilizando la Estrella Polar y otros astros podía calcularse, pero había que tener en cuenta que la Tierra gira 15º de circunferencia por hora, lo que provoca que la hora exacta sea esencial para determinar esa posición. En el siglo XVIII había relojes de péndulo bastante precisos en tierra… pero absolutamente inútiles en el mar, donde el oleaje hace que un péndulo sea poco menos que un adorno extravagante.

En esas circunstancias, el parlamento Inglés, ofreció un premio de 20.000 libras que vienen a ser unos 4,5 millones de libras actuales (5 millones de euros... para estos cálculos sí que un economista no tiene precio....).

La innovación de Harrison consistió en un balancín conectado a unos muelles que mantenía con precisión el reloj en marcha independientemente de la gravedad, las oscilaciones, la temperatura y la humedad.... como suele suceder en estas cosas, el reconocimiento le llegó después de su muerte, pero sus herederos pudieron cobrar el premio.

En la química industrial, y muy relacionada con una de las empresas de AVEQ-KIMIKA, tenemos nuestra propia historia de premio a la innovación.

El azul ultramar, el más elegante de los colores, reservado en el renaciendo para el iluminar el manto de la Virgen María o de Jesús, era el color más caro de la paleta de un pintor pues el pigmento con el que se elaboraba solamente se podía fabricar pulverizando la piedra semipreciosa lapislázuli que se traía de Afganistán. Químicamente es, así mismo, el más complejo de los pigmentos minerales, un Sulfuro que contiene Silicato de Sodio (Na8-10Al6Si6O24S2-4).

En 1824, la Société d'Encouragement pour l'Industrie Nationale francesa ofreció un premio de 6.000 francos a aquel que aportara un método viable para fabricar azul ultramar sintético por menos de 300 francos el kilo. En aquel momento, el azul elaborado con lapislázuli se vendía en París a más de 11.000 francos el kilo.

El premio fue entregado a Jean Baptiste Guimet el 4 de febrero de 1828. Un mes más tarde, Christian Gottlob Gmelin, profesor de química de la alemana Universidad de Tubingen, reclamó el premio pues había descubierto un método diferente y lo había publicado con anteriorirdad. Los franceses, naturalemente, (en este tipo de cosas no han cambiado mucho....) apoyaron a Guimet sin ninguna discusión....

Hacia 1830, Guimet ya producía azul ultramar sintético en su fábrica de Fleurieu-sur-Sâone, mientras que, al mismo tiempo, la fábrica de porcelanas de Meissen, en Alemania, lo elaboraba utilizando el método de Gmelin.

El Azul Ultramar sintético, además de para fabricar pinturas, se ha utilizado mucho como blanqueante de ropa porque, dado que el blanco absoluto es imposible, el azulado apenas perceptible de la ropa blanca da impresión de limpieza evitando el amarilleo natural de la misma.

Hoy en día se sigue produciendo en Nubiola, en Llodio y tiene uno de sus mercados principales en el exigente pigmento necesario para la fabricación de plásticos de color azul o azulado como, por ejemplo, el de las botellas de plástico para agua mineral que, es curioso, se utiliza porque..... pero eso es otra historia y otro día se la cuento....

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