Puente e iglesia de San Antón |
He vuelto de las vacaciones con ganas. Y, si les soy sincero, me han hecho falta. Parece que las empresas asociadas han ido guardando llamadas y temas hasta nuestro regreso y, como si no nos hubiéramos ido, la semana pasada hemos atendido un buen montón de llamadas y de emails lo mejor que hemos podido y sabido.
Les cuento esto porque la vuelta de vacaciones de este años es un poco especial. La próxima semana, en concreto el martes y el miércoles, somos anfitriones de las reuniones preparatorias de la comisión socio-laboral y de la comisión negociadora de todas las asociaciones y empresas que forman FEIQUE, destinadas a la preparación de la negociación del próximo convenio general.
Se trata, básicamente, de poner en común las distintas visiones sobre la renovación del convenio que pueden tener las muy diferentes sensibilidades, necesidades e intereses que convergen en una federación tan diversa como es FEIQUE y alcanzar un consenso que, a su vez, trataremos de acordar con los sindicatos a partir del mes de diciembre.
Con ese motivo, y a modo de prólogo a las reuniones, voy a contarles la introducción a la historia de la comarca, de la ciudad y de la industria de Bilbao con la que FEIQUE me ha pedido que demos final a las reuniones. Me sirve de preparación.
Pues bien, antes de Bilbao fue el puente y, antes del puente, fue la ría. Y es que Bilbao nació por el puente de San Antón.
Allá por el siglo XIII, el reino de Aragón comprende todo el arco mediterráneo desde Perpignan hasta Alicante. Murcia ha sido recientemente arrebatada a los musulmanes por el reino de Castilla que agrupa toda la costa cantábrica, Galicia, toda la meseta, Extremadura y el valle del Guadalquivir.
El Señoría de Bizkaia pivota entre el vasallaje al reino de Navarra, aún orgullosamente independiente entre sus grandes vecinos y al reino de Castilla en el que no quedó definitivamente integrado hasta 1379.
Por aquel entonces, el Señorío tenía dos aduanas (en Balmaseda y Orduña) y la villa más importante del territorio era el puerto de Bermeo. Ambas rutas eran transitadas por las mercancías procedentes de Castilla y destinadas a Francia, Flandes o Inglaterra para su embarque y, ambas rutas, debían cruzar el rio Ibaizabal.
Uno de los sitio más adecuados para ello era el último vado, cerca del límite de las mareas, donde el río se convierte en ría, a través del cual se llegaba fácilmente a las calzadas que suben la colina de Maidagan, donde se alzaba la ermita primitiva que siglos más tarde se convertiría en la basílica de Begoña, y desde ella, por el alto de Santo Domingo, tomar la ruta directa hacia Bermeo.
No se sabe a ciencia cierta cuándo, pero fue antes de que se fundara la villa, se construyó el puente de San Antón que, no sin motivo, figura orgulloso en su forma antigua en el escudo de Bilbao.
El puente y el cobró del peaje dio lugar a un asentamiento en la orilla norte, junto al puente que, en el año 1300, recibió el título de villa y una carta puebla, otorgada por el señor de Vizcaya, copia de la de Logroño, destinada a mantener el privilegio del cruce de la ría y favorecer el comercio.
Poco a poco, la propia ría se va configurando y adecuando para ser, en sí misma, un puerto de salida al mar. Se van construyendo los muelles, transformando los arenales de la ría en un resguardado puerto, mucho menos expuesto a las temidas tormentas del Cantábrico que el también más alejado de Bermeo, y el puerto y la villa van floreciendo gracias al comercio, florecimiento que culmina a mediados del siglo XVII, cuando Bilbao se impone definitivamente como salida de las lanas castellanas con destino a los telares ingleses y flamencos.
Muelle del Arenal 1891 |
Durante la primera guerra carlista, entre 1833 y 1839, Bilbao es uno de los principales objetivos del bando del pretendiente. El general Zumalacárregui pierde la vida en el fracasado sitio de la villa y, tras el convenio de Oñate y el llamado “Abrazo de Vergara”, entre el General carlista Maroto y el isabelino Espartero, que recibirá el título de Príncipe de Vergara, el pretendiente Don Carlos huye a Francia dejando atrás una tierra arrasada por la guerra.
En aquellos años difíciles, la población del señorío vive en un territorio muy pobre, con una elevada tasa de emigración. El campo se organiza en caseríos que, como no pueden sostener a más de una familia, se transmiten en régimen de mayorazgo, quedando destinados todos los hijos no primogénitos a la emigración, el clero o el ejército. En la costa se vive de la pesca. Una pesca artesanal y primitiva que permite poco más que la subsistencia más precaria.
Bilbao, una isla liberal en el mar carlista que forman las provincias vascas y Navarra, sigue viviendo del comercio y, en la margen izquierda de la ría, en el alto de los montes de Triano, abunda la actividad de las ferrerías.
No eran aquellas ferrerías muy diferentes de las que comenzaron a funcionar en la prehistoria o de las que los romanos utilizaban dieciocho siglos antes. Se basan en el descubrimiento que dio lugar a la revolución de la edad del hierro: que el mineral de hierro, oxidado, quebradizo e inservible, encerrado en un horno con escasez de oxígeno y calor generado por la combustión del carbón vegetal, reducen el mineral, le roban el oxígeno que, golpeado en la forja, se convierte en hierro metálico, en herramientas, azadas, hachas y espadas.
Los montes de Triano eran un buen sitio para ello. El mineral de hierro se encuentra en la superficie de la tierra, no era necesario hacer minas subterráneas con pozos y galerías. La madera era (y sigue siendo) abundante y los muchos saltos de agua permitían funcionar los fuelles y los martillos pilones de las forjas.
Pero en aquellos mismos días, en Inglaterra, la Revolución Industrial estaba en uno de sus puntos culminantes. El acero, hierro de mucha más calidad que el forjado, que el invento de los altos hornos convirtió en abundante y barato, era la base en la que se asentaban muchos de los grandes avances de la revolución industrial como el ferrocarril, la navegación de vapor o la construcción en hierro.
Y allí mismo, en Inglaterra, en 1856, el ingeniero y empresario Henry Bessemer inventó un aparato, el llamado “convertidor Bessemer”, que consistía en un gran puchero basculante que recogía el producto del alto horno, el arrabio fundido, al que se le inyectaba aire por la base.
Esquema del Convertidor Bessemer |
El efecto era espectacular y económicamente tremendo. Los óxidos del carbono y de la mayor parte del resto de los contaminantes e impurezas del arrabio, culpables de su fragilidad, son gaseosos y, entre espectrales llamaradas, salen por la boca del puchero sin necesidad de utilizar nada más que aire. Con ello se lograba producir un acero de mayor calidad y mucho, muchísimo más barato, reduciendo su precio desde 40 £/tm a 7 £/tm aproximadamente.
Pero el “convertidor Bessemer” tenía un punto débil. Los óxidos de dos impurezas características del mineral de hierro, los del azufre y del fósforo, son efectivamente gaseosos pero también muy corrosivos y el uso de minerales de hierro con elevadas cantidades de azufre y fósforo reducía su vida útil.
Las potentes empresas siderúrgicas inglesas, francesas, belgas o alemanas inician la búsqueda de yacimientos idóneos y los encuentran en el norte de Suecia, a casi 200 kilómetros del puerto más cercano, el de Narvik en Noruega, que permanece congelado en invierno y con todas las dificultades que el clima del norte de Escandinavia imponen… y en los montes de Triano. Junto a un puerto natural excelente, la ría de Bilbao.
Al final de la segunda guerra carlista (o tercera, según se mire) en 1876, en la que la villa de Bilbao es de nuevo sometida a un fracasado sitio, se inician un auténtico frenesí de concesiones mineras, extracción y exportación de mineral de hierro desde las minas de la comarca de la ría hacía los altos hornos europeos y los capitales de aquellos países a fluir hacia Bilbao.
Miles de trabajadores, en la mayor parte de los casos como temporeros, procedentes de todas las regiones de España, llegaron a Bilbao y las élites locales, aquellos que se enriquecieron con las concesiones de las minas, invirtieron en nuevas industrias, incrementando el valor añadido que quedaba en Bizkaia y trayendo la revolución industrial a Bizkaia.
La Dinamita de Galdakao, actual Maxam, comenzó a funcionar en 1872 y acompañó el auge de las minas a partir del final de la guerra, Altos Hornos de Vizcaya empieza a operar en 1902, Astilleros Euskalduna en 1900, La Naval de Sestao en 1909, Bilbaína de Maderas y Alquitranes en 1914, la naviera Sota y Aznar 1906… y, la acumulación de capitales llevó al auge de los bancos, algunos que todavía existen, como el de Bilbao (creado en 1857 por los comerciantes de la villa) o el de Vizcaya (1901) y otros que ya no perviven, como Crédito de la Unión Minera (1901).
La Industria Química vizcaína nació como industria auxiliar de todo aquel entramado y las grandes instituciones culturales, deportivas y artísticas de Bilbao se crearon como resultado. Más de un siglo ha pasado desde todo aquello. Dos guerras mundiales, una guerra civil, una larga dictadura, profundas crisis económicas y épocas de pujanza nos han traído a lo que hoy somos.
La industria, las minas, la ría y el puente hicieron Bilbao.
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