jueves, 10 de junio de 2010

La “huella de carbono”, un concepto que dará que hablar.


Creo que ya les había presentado a Jennifer Arribas. No les aburro con más presentaciones, que tiene cosas interesantes con contar:

El pasado jueves 3 de junio tuve la oportunidad de asistir a una de esas jornadas cuyo título genera cuanto menos curiosidad. “¿En que beneficia el cálculo de la huella de carbono a mi empresa?”. Y debo confesarles que a pesar de haber escuchado “algo por ahí” (algunas páginas web ofrecen la posibilidad de calcular la nuestra), desconocía su aplicabilidad en las empresas. No obstante, pude constatar ya desde el inicio, que se trata de un concepto que a pesar de recogerse en algunas legislaciones europeas como la francesa, no se ha generalizado aún en nuestro país por lo que muchos de los presentes nos acercamos a estas jornadas para saber de qué va “la historia”. Aunque no existe una exigencia legal para las empresas de conocer su huella de carbono, lo cierto es que en la práctica muchas de ellas se encuentran que un día un cliente les llama y les dice ¿oye pásame el cálculo sobre tu huella del carbono?.

La jornada, organizada por CEBEK, fue impartida por Iria Flavia Peñalva y Carlos Allica de Factor CO2 quienes trazaron un itinerario, que abarcó desde una primera aproximación al concepto, (lo que ayudo bastante para que todos supiéramos de que estábamos hablando), hasta la herramienta para su cálculo, pasando por conocer sus utilidades, estándares a consultar así como las distintas metodologías para llevarla a cabo.

La huella de carbono lo que proporciona a las empresas es conocer la cantidad total de emisiones de CO2 (y otros gases de efecto invernadero) que son causadas directa o indirectamente por la organización, identificando todas y cada una de las fuentes de emisión que intervienen en el ciclo de vida del producto o servicio. Para ello es necesario realizar una exhaustiva recogida de datos, que pudiera resultar en ocasiones más teórica que práctica. Pues para que el cálculo sea completo y lo más riguroso posible, además de analizar la propia actividad de la empresa (emisiones de las instalaciones, actividad industrial, transporte...), la herramienta nos habla de incluir la huella de carbono de las entradas y salidas. Es decir, pedir a nuestros proveedores y clientes que nos faciliten todos los datos de las emisiones que con nuestra actividad les hemos generado (transporte, consumo de electricidad, agua, papel, incluso viajes “in itinere”, entre otros).

En cualquier caso y para minimizar la confusión que se podría generar (si soy una refinería ¿debo plantarme en Argelia y preguntarles las condiciones de extracción, como van los trabajadores a la empresa, cuanta luz utilizan…?), existen algunas normas europeas, como la PAS 2050/2008 aprobada por British Standars Institution que establece límites a la Huella de carbono, es decir, señala algunos requisitos de alcance que no pueden soslayarse. Otra norma que camina en el mismo sentido es la UNE-ISO 14064 que también orienta sobre como confeccionar las empresas el inventario de sus emisiones. Sin embargo, no debemos llevarnos a equívoco, estas normas no proporcionan los datos concretos asociados a las emisiones, sino que estos deberemos buscarlos en bases de datos especializadas, tales como SIMAPRO o ECO-IT. Herramientas que nos pueden servir de utilidad para cubrir la falta de información de determinados consumos en los que conseguirla por otros medios sea imposible.

Pero ¿cómo se realiza el “dichoso” cálculo? Pues bien, la metodología es pieza fundamental en todo este embrollo. En ocasiones el cliente puede pedir que la calculemos aplicando una metodología en particular, o bien si decidimos verificarla , lo que tendrán en cuenta es el método empleado. Existen varias metodologías aprobadas. Algunas de carácter voluntario como la Greenhouse Gas Protocol-GHG Protocol, o la ISO 14064 , y otras de carácter obligatorio como la que recoge la Directiva 2003/87/CE en relación al Régimen Europeo de Derechos de Emisión de GEI, para las empresas que se vean afectadas por ella. Para la jornada se tuvo en cuenta la metodología GHG-Protocol. Esta realiza una primera recogida de datos (consumo de combustibles, transporte, emisiones de proceso, incluidas las emisiones que corresponden a proveedores, subcontratistas, etc) para hacer una posterior conversión a emisiones. De este modo, pasar las unidades físicas (m3, t) o energéticas (Kwh, TJ), a toneladas de CO2 (Factor de emisión t CO2/ t o factor de emisión t CO2/tj respectivamente). La jornada finalizó con la realización de un caso práctico, en la que tuvimos la ocasión de ver la aplicabilidad de este concepto.

Sin duda, se trata de una herramienta útil que permitirá a las empresas conocer su impacto ambiental en términos de emisiones de gases de efecto invernadero para, actuando en consecuencia, llegar a ser “carbono neutral”. Nos encontramos con un concepto avanzado, que como ya ocurrido en otras ocasiones, será la práctica y el día a día de las empresas, las que en ausencia de normativa, marquen la pauta en este ámbito. Algo en lo que nuestras empresas empiezan a ser ya muy expertas.



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1 comentario:

Anónimo dijo...

Efectivamente se trata de un elemento que en breve será un importante elemento de competitividad, además de sostenibilidad y de ahorro de costes, también para nuestras empresas.
Hace algún tiempo una empresa nos comentó la necesidad que tenía para medir su huella de carbono por las exigencias que tenían para poder vender en el mercado británico. Obviamente se trata de una medida, entre otras cosas, de defensa de su mercado y lo vamos a ver generalizarse.
Para una primera aproximación en la web de ADEGI (apartado de Medio Ambiente)y gracias a la colaboración de Factor CO2 tenemos en abierto para cualquier empresa algunas herramientas, guías y buenas prácticas al respecto.
Saludos y gracias Luis por tus siempre acertados comentarios.