jueves, 14 de octubre de 2010

En lo más crudo de la naturaleza…


7 de enero de 29.100 antes de Cristo. Eyia ya tiene 14 años. Es una mujer hecha y derecha del clan de Oute, de la especie Cro-magnon, y ahora descansa recostada en la pared de la cueva, recibiendo el tenue calor que le proporciona la hoguera, ya casi extinguida, a escasos pasos de la salida. En sus brazos duerme el pequeño Uri, que con apenas un mes de vida, reclama el pecho de forma constante y que, tras quedarse satisfecho, ha cerrado plácidamente los ojos para alegría y descanso de su madre.

Fuera, comienza a amanecer. A lo lejos, hacia el oeste, a través de los escasos claros que dejan los árboles, puede entrever la ría que forma en su desembocadura el río que, dentro de muchos años, se llamará Oka, y a la que suelen bajar a pescar y recolectar moluscos y crustáceos que complementan muy bien las ya escasas bayas, raíces y hierbas que pueden recoger en el bosque. Además, claro, de la caza que los hombres consiguen, básicamente ciervos, gamos y algún jabalí.

Eyia está contenta. El invierno está siendo duro, casi no ha dejado de nevar desde hace 20 días, pero los hombres, a pesar de la escasez, han tenido buenos resultados en la caza. De hecho, el último ciervo que cazaron les permitió tener proteínas abundantes durante al menos un par de semanas, lo que hace que los pechos de Eyia estén bien llenos y Uri, con su espeso pelo negro y sus curiosos ojos verdes (un buen augurio según dijo Yuhi, el viejo chamán), esté creciendo fuerte y sano.

A pesar de la tranquilidad Eyia no baja la guardia. La dureza del invierno hace que otros clanes de Nearthentales, o de los propios Cro-Magnones se aventuren lejos de sus territorios para aplacar su hambre. Y el canibalismo, que el clan de Oute también ha practicado en alguna ocasión, es una fuerte tentación.

La caza escasea para todos y las fieras, desesperadas, son más agresivas y peligrosas en esta época del año. Por suerte, los grandes osos han comenzado ya su hibernación, hace apenas dos meses, todavía en otoño, Eyia estuvo a punto de caer en las garras de un gran oso pardo cuando, estando ya muy embarazada, bajó a recoger conchas a la ría… pero todavía merodean los leones cavernarios y, especialmente, los astutos y peligrosos lobos.

Hoy los cazadores han salido temprano. La carne de ciervo se está terminando y hay un fuerte olor a podrido en la caverna. Una vez se caza y se traslada hasta la cueva, la pieza se eviscera y son los ojos y los intestinos lo primero que se come pues es lo primero que se pudre, el resto de la carne se almacena en un lugar fresco dentro de la cueva (lo que en ésta época del año no es demasiado problema), porque no se puede dejar a la intemperie ya que desaparecería rápidamente por la acción de alimañas y carroñeros. Un ciervo grande puede durar semanas y el clan come la carne del mismo incluso cuando ya huele intensamente y tiene gusanos. Nada puede desperdiciarse.

De repente, algo llama la atención de Eyia. Algo se ha movido entre la maleza. Su corazón se acelera y sus músculos se tensan en un reflejo involuntario. Al marcharse los cazadores, en la caverna solamente quedan los ancianos, como Yuhi el chamán que tiene ya casi 45 años, las mujeres y algunos niños. Bueno, también está Kilre, el hermano pequeño de Eyia, que tiene 11 años y al que los cazadores todavía no permiten salir con ellos.

Sí, algo se ha movido. Eyia llama a Gana, su madre, le entrega al niño y le dice que se retire hacia el fondo. Echa algunos troncos al fuego, coge uno ellos a modo de tea y se encamina a la salida de la cueva.

De repente, un lobo grande, gris como una tormenta, con el lomo plateado, surge de la maleza y en posición de atacar, gruñe y enseña los dientes mientras mantiene una prudente distancia. Eyia se pone en guardia y blande su tea encendida frente al lobo mientras avanza para alejarlo de la entrada de la cueva.

En ese instante, Eyia siente un fuerte golpe en la espalda que la tira al suelo. Un lobo marrón algo más joven que el primero, que estaba agazapado sobre la salida de la cueva, ha saltado sobre ella en cuanto se ha asomado lo suficiente. Siente un intenso dolor en el hombro derecho pues el lobo le ha mordido y le ha arañado al caer sobre ella.

Rueda unos metros sobre sí misma. Sabe que debe levantarse y recuperar la tea porque el gran lobo gris se abalanza también sobre ella y no durará mucho si no puede levantarse y enfrentarse a las dentelladas de los dos lobos.

Eyia tiene mucha suerte. Alcanza la tea que, milagrosamente no se ha apagado, y tras ponerse en pie de un salto, golpea con ella en la cabeza al lobo marrón que gime por el impacto. En el regreso de ese primer golpe, blandiendo la incandescente madera del revés, acierta sobre el costado del lobo gris que retrocede un par de pasos y, tras unos instantes, huye hacia el interior del bosque, acompañado por el lobo más joven que sangra de la herida que el golpe le ha provocado encima de la oreja.

Eyia resopla aliviada y se gira hacia la cueva al oír los gritos que de allí proceden…. y acierta a ver salir de la misma, sorteando la hoguera, tres lobos en plena carrera… uno de los cuales cuáles, un lobo grande y negro, lleva en la boca, mordido por el abdomen, el cuerpo inerte de su hijo… el cuerpo de Uri.

Eyia solamente puede seguirlos con la mirada y, tras un instante de duda, correr con desesperación al interior de la cueva.

En el suelo yace Gana. Es evidente que está muerta. Tiene heridas en los brazos y una gran hemorragia en el cuello. Además, un mordisco le ha arrancado medio rostro. Junto a ella, Kilre grita de dolor. Los lobos le han alcanzado el costado y por el desgarro asoma parte de su intestino. No tardará en morir. Los demás parecen estar bien.

Eyia cae de rodillas y gime entre dientes un canto que le enseñó el chamán. No llora. No tiene lágrimas. La vida es así para un Cro-magnon. Pronto regresarán los cazadores. Enterrarán a Gana y a Kilre y en pocas semanas ella volverá a quedar embarazada y alumbrará una nueva vida… sólo puede esperar que la naturaleza sea un poco menos cruel esta vez. Por ello reza.



¿Les ha parecido cruel el relato?, ¿a qué viene esto?, pensarán ustedes, ¿Le ha dado a Luis por la literatura en plan Oso Cavernario?, ¿así, de repente?... pues viene a que me empieza a preocupar y mucho la añoranza infantil y absurda de la naturaleza como arcano feliz en la que el hombre vivía armoniosamente. Este relato improvisado es la naturaleza a la que se enfrentaban nuestros antepasados… ¿de verdad que esa es la vida que queremos?...

Pongamos el debate en sus justos términos porque el desarrollo, la ciencia y la industria sirven para protegernos. Sí, para protegernos de la naturaleza. Porque, y esto lo digo mucho, la naturaleza es cruel…. por naturaleza.

A ver si escribo otra entrada sobre enfermedades y otra sobre agricultura para complementar esta. No creo que convenza a nadie, pero creo que debo intentarlo.


Mis disculpas por el “off-topic”.


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2 comentarios:

Anónimo dijo...

Es curioso. Un muy buen profesor de historia que tuve siempre decía que le gustaría haber vivido en la prehistoria. "La libertad total" decía. Armonía natural. Y no era un profesor que pasase por alto un relato como este. Incluso nos había puesto en clase "En busca del fuego" desmenuzando cada 5 minutos todos los detalles de la película.
En relación con el último planteamiento: creo que la sociedad sirve para protegernos siendo el desarrollo científico-técnico la herramienta que utiliza para ello. Sin sociedad no habría ocurrido el desarrollo. ¿No eran los Antiguos Griegos los que tenían como peor castigo la expulsión de la polis?

Saludos. AM.

Anónimo dijo...

Muy buen off-topic. De vez en cuando sienta bien subirte a las nubes, y olvidar por un momento la triste realidad.